Con el acercamiento de las elecciones municipales y autonómicas de este próximo mes de mayo, las formaciones políticas están acelerando el ritmo de sus propuestas con el objetivo de atraer al máximo número de votantes hacia su causa, y entre estas propuestas destaca la lanzada por Izquierda Unida, que intenta hacerse un hueco real en la izquierda con medidas como la del banco público.
En diferentes regiones, Izquierda Unida ha lanzado la propuesta de crear una Banco Público, con fondos provenientes de las arcas públicas, y que sirva de lanzadera real para las pequeñas y medianas empresas, de forma que éstas puedan acudir al Banco Público a solicitar la financiación que se les niega en el mercado privado.
Una propuesta romántica y realmente atractiva, pero que se aleja de la crudeza del pragmatismo de la vida real, y que, por ello mismo, está condenada al fracaso. Olvida Izquierda Unida que hasta hace nada, las Comunidades Autónomas tenían una entidad financiera a su disposición, que funcionaba, a grandes rasgos, como un Banco Público.
Sin embargo, en lugar de ser utilizado como una fuente de financiación cercana y solidaria, se convirtió en una herramienta política para premiar a los amigos y devolver favores debidos. Se trataba de las Cajas de Ahorros, y lejos de ayudar al desarrollo económico de las regiones, sirvieron para inflar la burbuja inmobiliaria y provocar agujeros irreparables en las cuentas públicas regionales.
La idea de formalizar una nueva banca pública de este estilo se convierte, por tanto, en un disparate, ya que nos daríamos de bruces con la burocracia más absoluta y con la incapacidad del ser humano para orquestar una gestión pública eficiente.
Por tanto, esta idea de Izquierda Unida de organizar un Banco Público tendrá poco recorrido, más allá de su presencia en el programa de la formación política que, a poco que la reflexione, ni siquiera llegará a creérsela de verdad, por mucho que quiera ganarse el voto de la izquierda.
Una sociedad desarrollada, y que quiera ser eficiente, debería huir de la gestión pública de los recursos, como alma que lleva el diablo.
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